domingo, 28 de junio de 2015

No hay orígenes, sólo precursores


Mario Szichman



En Pierre Menard, autor del Quijote, Jorge Luis Borges alude a la obra “subterránea… interminablemente heroica…impar” de un ficticio intelectual francés que intentó recrear el Quijote palabra por palabra.  Es uno de los textos de Borges más placenteros e irónicos, y el simple análisis de sus propuestas es para abastecer muchos libros de ensayos. Es, también, un relato cuyo inicio abunda en tropiezos.
Sé que más de un admirador de Borges sufrirá al menos dos hemorragias al leer estas objeciones, y no faltará quien intente retarme a duelo, pero no estamos en el territorio del santoral, sino de la crítica literaria, y también la imperfección forma parte del arsenal del escritor.  
El Pierre Menard consta de dos relatos yuxtapuestos. Entre la primera frase: “La obra visible que ha dejado este novelista es de fácil breve enumeración” hasta el corolario donde se describe esa obra “en su orden cronológico”, circula un envarado relato. A partir de ese momento brilla el genio de Borges al informarnos de la tarea titánica e inconclusa de Menard: “No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran ­palabra por palabra y línea por línea­ con las de Miguel de Cervantes”.
La hazaña intelectual de Menard, sugiere Borges, es muy superior a la de Cervantes. Después de todo, el narrador español “no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un poco à la diable, llevado por inercias del lenguaje y de la invención”. En cambio Pierre Menard había “contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea”. Escribir el Quijote a principios del siglo diecisiete, dice Borges, “era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del veinte, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote”. Implícitamente, el devenir del tiempo ha ido transformando esa novela en un artefacto. Previamente, fue “un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo”.
Un ejemplo: Cervantes escribe en el noveno capítulo de la primera parte del Quijote:
“... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”.
   Escrita en el siglo diecisiete… “por el ´ingenio lego´ Cervantes, esa enumeración”, dice Borges, “es un mero elogio retórico de la historia”.
Menard, en cambio, escribe:
“... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”.
El contexto, indica Borges, cambia complemente el significado:
“La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas”.
Con su Pierre Menard, Borges invirtió las reglas de la creación literaria. Uno supone que Don Quijote es la culminación y parodia de un género narrativo, las novelas de caballería. En realidad, toda faena de creación es siempre una obra inaugural, constituye una trama creada por la cultura de una época. No solo nos dice cosas: también le hacemos decir cosas. Menard, contemporáneo de William James, moderniza en ocasiones las preocupaciones filosóficas de Cervantes, en otras demuestra su caducidad. El lenguaje, en su decrepitud, adquiere nuevas connotaciones, o se traslada al territorio de los especialistas. Basta revisar un diccionario de términos históricos para verificar cómo una simple palabra adquiere tonalidades, y muchas veces se carga de emoción, o propone eufemismos arduos de discernir.  
Toda obra es A work in progress, parte de una cadena inagotable de significaciones. Géneros completos consisten en reparar edificios mal diseñados, como esos urdidos por los genios de la Academia de Lagado, construidos a partir del techo.
Un modelo que ha prosperado gracias a su mal ensamblaje es la novela de terror creada en Inglaterra entre 1760 y 1840, que cuenta con una nutrida descendencia en el mundo anglosajón. En The Literature of Terror, un ejemplar ensayo de David Punter, se muestra cómo los principales novelistas de habla inglesa, de ambos lados del Atlántico, desde Robert Louis Stevenson, Oscar Wilde, H.G. Wells, Bram Stoker, hasta Henry James, Isak Dinesen, William Faulkner, James Purdy, William  Burroughs, y Thomas Pynchon, han usufructuado esa amorfa especie a fin de crear algunas de sus obras más perdurables.
Punter cita al ensayista Robert Kiely, quien dice que en la narrativa gótica, “la confrontación y el colapso no son simples temas de ficción sino problemas estructurales y estilísticos”. De acuerdo a Kiely, esa narrativa “prospera como una planta parásita en estructuras cuya única fuente de subsistencia es la ruina”. Se trata de un armazón “intrínsecamente malogrado”, con una visión del mundo “imposible de asimilar en esa forma”. Una de las razones, dice Punter, es que la novela gótica tiene sus orígenes en la poesía y en el teatro, y el trasvasamiento de su pragmática a otro medio siempre deja algo que desear. Especialmente si se toma en cuenta que entre los temas que se incluyen figuran el incesto, la violación y la necrofilia.
El tabú descentra el relato, obliga, en la mayoría de los casos, a prescindir de un narrador omnisciente y racional. El protagonista forma parte del desorden de este mundo, es un pecador que en su afán de encubrir sus transgresiones, o redimirse de ellas, va forjando alegorías que interfieren con otras. El temor a revelar la infracción obliga a cubrir el texto con sucesivas capas de relatos animados por distintos y discrepantes voceros.  
Tal vez la obra maestra de esa aproximación indirecta al pecado y la culpa imposibles de extinguir es Absalom, Absalom! de Faulkner. La novela empieza como un relato de una anciana dama que intenta transmitir una historia de codicia y atropellos a un joven recién instalado en el mundo. Pero, a medida que progresa la narración, se expanden los relatores, y cada uno brinda su parcial e inverosímil examen del crimen primordial.  Chris Baldick alude a esos sedimentos acumulados indicando que se trata de una “topografía imaginativa” donde coexiste “una superficie convencional” y “un acto de violencia oculto en las profundidades”. De esa manera, el texto “imparte al mítico crimen una resonancia especial, al mismo tiempo que corroe o perturba las certidumbres morales”.
No todos los géneros se nutren de sus propios desechos, o prosperan en el generoso territorio de lo dicho a medias. Algunos utilizan experiencias previas para despojarlas de incidentes y darles una trascendencia ausente en el original. Es lo que ocurre con El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, inspirado en un episodio real, el caso Picaud, o con Papillon, de Henri Charriere, cuya base es el relato Guillotina seca, de René Belbenoit. En ambos casos, la realidad se agota en la anécdota.
El caso que inspiró a Dumas fue el de Francois Picaud, un zapatero que en 1807, en París, propuso matrimonio a una dama, Marguerite de Figoreux. Cuatro amigos de Picaud, envidiosos de su suerte, decidieron jugarle una mala pasada, y lo denunciaron ante la policía, acusándolo de ser un agente inglés. (Era la época en que los británicos, y Napoleón Bonaparte, decidían el destino del mundo). Picaud fue arrestado y pasó siete años en confinamiento solitario en el castillo de Fénestrelle. Tras la caída de Napoleón fue liberado, e inició su horrenda venganza contra los cuatro amigos que arruinaron su vida. Su ajuste de cuentas fue más devastador que el de Edmundo Dantés.
En cuanto a Charriere, si bien es posible que parte de sus peripecias se hayan inspirado en el libro de Belbenoit, logró convertir sus aventuras y escapes en prisiones de la Guayana francesa en una épica de la sobrevivencia humana y de la compasión. (Basta recordar el episodio con los leprosos).

Tanto Dumas como Charriere, compartieron parte de los avatares de Pierre Menard, resolvieron, como dijo Borges, “adelantarse a la vanidad que aguarda todas las fatigas del hombre”, acometieron “una empresa complejísima y de antemano fútil” y dedicaron “sus escrúpulos y vigilias” a repetir “un libro preexistente”.

miércoles, 24 de junio de 2015

¿Cuántas vidas vive un autor? El viajero del tiempo y su persistencia


Mario Szichman



En fecha reciente leí una entrevista que le hicieron a un autor latinoamericano. Me interesó por su profusión de frases trilladas. Decía que él releía de manera constante a varias de las figuras más importantes de la narrativa de América Latina, no sé si para fortalecer o espolear su inspiración.
Siento más simpatía por el autor que busca su influencia en otras culturas. Juan Rulfo estaba cautivado por autores como Knut Hamsun, Bjørnstjerne Martinius Bjørnson, Selma Lagerlöff, o Haldór Laxness. Decía que le gustaba la literatura nórdica “porque da la impresión de un ambiente brumoso, neblinoso... Me gusta mucho lo triste, lo triste y lo opaco. Entonces, todos los escritores nórdicos me interesan”. Filtrar el romance de la Revolución Mexicana por el cernidor de narradores escandinavos revela la originalidad de Rulfo.
El gran escritor argentino Roberto Arlt se nutría indistintamente de Emilio Salgari y de Fiodor Dostoievski. Jorge Luis Borges podría haber prescindido de toda la literatura latinoamericana, de no haber sido porque admiraba a algunos poetas como Pablo Neruda, José Hernández, y Rubén Darío. Nunca mostró excesivo interés por los narradores de su terruño, y cuando quería expresar su admiración por algún novelista o cuentista, enfilaba sus baterías hacia los ingleses.
Si un escritor o un poeta se siente cómodo con su cultura, es un mal augurio. Es como esos seres que afirman haber disfrutado de una infancia feliz, o que en las fiestas bailan con la hermana. No hay cultura que resulte perfecta.
El ser humano vive siempre del contraste y de la comparación. Nos cuesta aceptar lo nuevo, el desafío, la extravagancia, lo incomprensible. Pero la única cultura que prospera es la trashumante. ¿Qué hubiera ocurrido con Joyce de haberse quedado en Dublin, o a Vladimir Nabokov de persistir en Rusia?
Recuerdo un episodio de la serie de televisión The Twilight Zone. Era la historia de una mujer recluida en un hospital. Se consideraba un monstruo. La mujer rogaba que le hicieran una operación de cirugía estética para mejorar su rostro. En la escena final le quitaban el vendaje de la cara, y sonreía feliz al observar en el espejo su parecido con las sonrientes enfermeras, todas ellas seres atroces.
En la literatura, como en las relaciones amorosas, la endogamia conduce fácilmente al incesto, y sus frutos dejan mucho que desear. Preguntaba Cervantes al disculparse por su presunta aberración narrativa: “¿Qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo”?  Claro está, Cervantes contaba con otras influencias más allá de las novelas de caballería, pues era muy versado en la cultura europea de su época. Además, tenía un extraordinario sentido del humor, y el humor consiste en descentrar, dar un paso al costado, detectar el ridículo en cada gesto solemne, cuestionar el lenguaje, tomar en broma al poderoso, y de paso eludir a los Torquemada cuya paranoia les permite dar siempre en el clavo y descubrir con lucidez la clara amenaza a sus investiduras en la más inocente de las bromas.
Aunque intentemos aferrarnos a nuestro suelo y a nuestro pasado, es muy difícil que podamos permanecer muchos años en el mismo lugar. El siglo veinte, lo que va del siglo veintiuno, está plagado de inmigraciones, de traslados en masa de poblaciones. Los gobiernos no suelen ser muy generosos con sus habitantes. Un día descubren que un sector de la población es peligroso, y lo obligan a emigrar.
En estos días dos titulares en The New York Times hacen mención a los continuos éxodos. Según las Naciones Unidas, “casi 60 millones de personas están siendo desplazadas de sus hogares alrededor del mundo, debido a conflictos y persecución”. De esa cifra, 14 millones huyeron de sus países en el 2014. El segundo titular alude a una posible deportación en masa de haitianos que viven en la República Dominicana. Algunas organizaciones de derechos humanos dijeron que el gobierno de Santo Domingo parece a punto de iniciar una “limpieza étnica”.  Y si la cosa se demora, no es por falta de ganas de los administradores, sino debido a problemas logísticos.
Cada uno habla de la feria según le ha ido en ella. Tengo mi origen en una familia trashumante, proveniente de Rusia y de Polonia, que se comunicaba inicialmente en idisch. (Había muchas palabras rusas y polacas en el repertorio, especialmente a la hora de contar chistes subidos de tono). Los Szichman y los Szylder llegaron a Buenos Aires en la década del treinta del siglo pasado y en general se ubicaron en los confines de la clase media. También produjeron varios profesionales. Reseñé sus peripecias en Los judíos del Mar Dulce, en La verdadera crónica falsa, y en A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad. La única cenicienta que perdura de esa época es La verdadera crónica falsa. Las otras dos fueron corregidas y editadas –a través de una bella tarea de orfebrería– por la profesora Carmen Virginia Carrillo. No sé si alguna vez reeditaré La verdadera crónica falsa, pese a que con su nombre original, Crónica Falsa, y un larguísimo subtítulo, inició la trilogía del Mar Dulce. (Está inspirada en el libro Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, y narra, en parte, los fusilamientos de un grupo de militares y civiles peronistas en los basurales de José León Suárez, en junio de 1956).
El título de esta nota es ¿Cuántas vidas vive un autor? Y lo pienso a raíz de los proyectos literarios que surgen en el transcurso de una vida. Algunos se concretan, otros se olvidan en un archivador. Me apasionan las novelas que tienen como tema el peregrino del tiempo, porque en definitiva, esa es la tarea de muchos escritores. De una u otra manera, como en el relato de Alejo Carpentier, todos necesitamos emprender un viaje a la semilla. ¿Qué encuentra el escritor maduro al recorrer su pasado? En ocasiones, ni siquiera puede vislumbrar su verdadero rostro. ¿Cuántos de sus futuros pudo prever? ¿Qué encrucijadas torcieron su destino?
Algunos consideran la escritura un proyecto de vida. Pero los temas que aparecen no son siempre un plan preconcebido: depende del sitio desde el cual se observa. Tal vez uno de los problemas es la pulcritud. Dostoievski es más atildado en Los hermanos Karamazov que en Crimen y Castigo. Pero, excepto por el relato de El gran inquisidor, nada supera la odisea del estudiante Raskolnikof, o sus desventuras tras asesinar a una usurera. Quizás Dostoievski hubiera producido algo inclusive superior a Los hermanos Karamazov de haberse dejado llevar por la exuberancia. Pero no todas las edades de un hombre autorizan la desmesura. Cuando nos acercamos al final de nuestra vida buscamos más el respeto que el exceso, los galardones a la polémica. Es más fácil pelearnos con media humanidad cuando tenemos toda la vida por delante. Después, hay que ser amables con los institutos y con esos seres tediosos, los académicos, pues garantizan, además de una producción aburrida, una módica inmortalidad. (Recuerdo a un intelectual argentino que conocí en mi juventud, y que escribió una novela muy divertida. Luego se convirtió en ensayista. Ahora está abrumado por las órdenes al mérito que ha recibido a lo largo de una carrera especializada en el galimatías lingüístico y en el caos mental. Seguramente la academia le reserve un lugar, una vez logre autenticar los diplomas que asegura poseer).
Quizás una estrategia alterna sea revisar una experiencia narrativa desde otro ángulo. ¿Qué ocurre si el protagonista es transformado en público, y el espectador pasa al primer plano?
En esa obra maestra que es la introducción a Melmoth The Wanderer, Chris Baldick dice que el protagonista de la novela de Charles Maturin, lejos de representar el carácter central, es un ser marginal. “Al igual que los terratenientes irlandeses de su época, se trata de un villano ausente”, dice Baldick.
Melmoth no solo es invisible para los lectores, señala el ensayista, “con frecuencia es invisible o infrecuente inclusive para los personajes de la historia. Es un Fausto del rumor, y su existencia está construida, en gran parte, en base a informes, presunciones, y a su reputación. Parece funcionar como un susurro fuera del escenario. El temor de su inminente llegada suele ser más enérgico que su presencia real. Las partes más poderosas de la novela son, por cierto, aquellas marcadas por la ausencia de Melmoth”.
En vez de concentrar la desesperación en Melmoth, dice Baldick, el autor consigue dispersarla de manera más concluyente entre distintos personajes.
¿Qué hubiera ocurrido de haber convertido Dostoievski el texto de El gran inquisidor en la parte central de Los hermanos Karamazov? En su versión actual, es como una intromisión en la trama. Inclusive su eliminación no afecta la estructura de la novela. Recuerda esos relatos que introducía Cervantes en Don Quijote, y que nada aportaban al argumento.
Hace poco, buscando bibliografía para un nuevo proyecto, descubrí Replay, una extraordinaria novela de Ken Grimwood. Es la historia de un hombre de 43 años que muere de un ataque al corazón en medio de una banal discusión con su esposa. Y resucita. Y retorna a la adolescencia. Y vuelve a morir. Cada vez que revive, su experiencia es más enriquecedora, y más traumática. Habla con seres que vio morir en su futuro, puede pronosticar eventos, ganar muchísimo dinero en la bolsa, alterar su vida. Pero anticiparse al futuro no siempre ofrece sabiduría, la experiencia no ennoblece su vida, o dignifica sus afectos. El presagio es siempre vaticinio de la adquisición de bienes materiales, nunca de una vida distinta.
Renacemos, nos recreamos, con cada nueva experiencia. Nos descentramos cuando enfrentamos un nuevo territorio y lidiamos con propuestas de nuevas lecturas. En nuestro país de origen nos sentimos soberanos; devenimos intrusos en otras tierras. Atravesamos el espejo, como la Alicia en el relato de Lewis Carroll, y del otro lado todo es diferente. Pasamos a ser personajes extraños.
El autor vive varias vidas, pero ninguna de ellas es una nota al pie. Es central en su desarrollo, en su aprendizaje de la comedia humana (la única comedia interesante que podemos vivir). Le otorga la facultad de volverse tan flamante como en el día de su nacimiento. Cada viaje a cada una de sus vidas es otra vida. Releer de manera constante a los mismos autores, aferrarse a sus textos, puede llevar al empobrecimiento intelectual. No podemos eternizarnos en la adolescencia cuando tantas marcas se imprimen en nuestro rostro. De ahí la persistencia del viajero del tiempo.





domingo, 21 de junio de 2015

Venezuela versus EE.UU. De las amistades peligrosas a las relaciones carnales


Mario Szichman



(Una versión de este trabajo fue publicada el 19 de Junio de 2015 en el semanario del periódico Tal Cual de Caracas, Venezuela)

Las noticias difundidas en la prensa internacional sobre la entrevista de una y hora y media entre Thomas Shannon, asesor del secretario de Estado norteamericano John Kerry, y el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Diosdado Cabello, en Haití, el pasado  13 de junio, se distinguieron por su escasez o total ausencia de análisis. Las principales agencias noticiosas registraron la reunión coincidiendo en que los gobiernos de Washington y Caracas intentan mejorar sus relaciones. Y las únicas relaciones que preocupan a las dos administraciones, señalaron, son las económicas. 
Los corresponsales de The Wall Street Journal, The Financial Times, The Economist, o The New York Times en Caracas no mencionaron la entrevista pues carece de todo interés, excepto para las empresas afectadas por el derrumbe de las finanzas venezolanas.
Un periodista usa fuentes para conseguir información adicional, y obtener aunque sea una vaga idea de lo que “transpiró” en las conversaciones. Y en este caso, los personajes reunidos no tenían intención alguna de que transpirara ni una gota de lo discutido. Quizás para no alarmar a los mercados.
La consultora Stratfor Global Intelligence aventuró un análisis señalando que tras las trifulcas entre Caracas y Washington, las tres reuniones de Shannon con funcionarios venezolanos a partir de abril coinciden con un momento en que “las finanzas públicas” del gobierno bolivariano are stretching thin. Una traducción no literal indica que la cuerda se estaría rompiendo por lo más delgado. Ambas partes de la ecuación, indicó el análisis, estudian “concesiones potenciales, antes de adoptar decisiones substanciales”.  
Al parecer, el gobierno de Nicolás Maduro quiere que la administración de Barack Obama anule una orden ejecutiva que impuso sanciones contra siete funcionarios “presuntamente involucrados en la violación de los derechos humanos”.  En cuanto al gobierno de Washington, reclama al chavismo estabilidad política, que incluiría fijar la fecha de las elecciones legislativas y liberar a los prisioneros políticos.
Eso, al menos, en el primer plano de las relaciones. Pero en el fondo, Washington reclama a Caracas que no siga arrastrando los pies a la hora de pagar las deudas con los proveedores norteamericanos, que “sincere” la economía, acabe con las distintas cotizaciones del dólar, y aumente el precio de la gasolina.
De acuerdo a Stratfor, hay dos alternativas ante el derrumbe venezolano: “una transición suave” en el campo político y económico, “o un colapso desorganizado de la economía”. (Este corresponsal apuesta a lo segundo).
Los norteamericanos suelen ser muy pragmáticos, y la reunión de Shannon con Diosdado Cabello demuestra que el dirigente venezolano es aceptado como un interlocutor válido a la hora de canjear propuestas, no como un obstáculo, según las afiebradas mentes de algunos legisladores republicanos o de opositores deseosos que otros les quiten las castañas del fuego.
En realidad, tras esa reunión, el mejor comentario fue formulado por un lector de un portal noticioso, quien dijo que Estados Unidos y Venezuela son “como la pareja de un matrimonio disfuncional, del tipo que va a un restaurante, y empieza a pelearse en público para llamar la atención… Al final, la pareja retorna a su hogar y reanuda sus relaciones sexuales”. Entre tanto, las personas en el restaurante han pasado las de Caín como testigos de esa discusión.
De todas formas hay dos claras conclusiones tras la minicumbre en Haití:
–En primer lugar, al gobierno de Barack Obama le importa un bledo si son ciertas o no las denuncias contra el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela por presunto narcotráfico. Acaso en uno de los briefings diarios en la Casa Blanca alguien le mencionó a Obama un artículo de The Wall Street Journal donde se hablaba de una investigación contra Cabello por parte de fiscales en Miami y en el Distrito Este de Manhattan, tal vez por denuncias de narcotráfico. Y tras leer el artículo, Obama habrá pensado: So, what? ¿Y entonces qué? Estados Unidos viene financiando desde hace tres lustros –un lapso similar al del chavismo en el poder– a gobiernos afganos que hacen fabulosos negocios con el cultivo de amapolas, y el procesamiento de esas bellas flores para que se transformen en opio y sean refinadas como heroína. Si se ingresa en este “link” de The New York Times del 4 de octubre de 2008: 
(http://www.nytimes.com/2008/10/05/world/asia/05afghan.html?pagewanted=all&_r=0) hay un interesante artículo con este título: “Versiones periodísticas vinculan al hermano de Karzai con el tráfico de heroína en Afganistán”. Según el texto, ya desde el 2004 se investigaba por tráfico de heroína a Ahmed Wali Karzai, hermano del entonces presidente afgano Hamid Karzai. El diario también informó en octubre de 2009 que el vilipendiado personaje figuraba en la nómina de pagos de la CIA. Lo cierto es que Ahmed Wali Karzai nunca fue indicted por el departamento de Justicia de Estados Unidos y falleció serenamente el 12 de julio de 2011, cuando uno de sus guardaespaldas lo cosió a balazos. En Venezuela ya sería un mártir.
– En segundo lugar, al ocupante de la Casa Blanca le interesa humillar a los líderes de la Revolución Bolivariana.

CUENTAS CLARAS CONSERVAN LA ENEMISTAD

No se trata de meter el dedo en la llaga, pero es obvio que el gobierno chavista presidido por Nicolás Maduro le debe a cada santo una vela, y suele arrastrar los pies a la hora de cancelar deudas. Varios proveedores han paralizado el envío de productos si no les pagan previamente al contado, como ha ocurrido con empresarios brasileños. Otros industriales  empiezan a ponerse nerviosos. Algunos son más vulnerables a las amenazas. Los proveedores españoles, por ejemplo, mascullan contra el gobierno de Maduro, pero no vociferan, pues varias empresas hoteleras o de telecomunicaciones podrían ser confiscadas.
En cambio los proveedores estadounidenses se la pasan quejándose en voz alta del atraso en los pagos. Y vuelcan sus rezongos en el departamento de Estado, donde tienen canales abiertos, y siempre son bien recibidos. Pues las campañas electorales no se financian con el perraje sino con las chequeras del uno por ciento de la población, los filthy rich, los podridos en plata.
Shannon es el procónsul encargado de recibir esas quejas. De ahí su rol en las gestiones con el gobierno de Maduro para que los chavistas aflojen los cordones de la bolsa y paguen a los productores que representa.
El funcionario estadounidense habría participado, posiblemente, en las gestiones emprendidas por la empresa automotriz  Ford Motors para vender vehículos en dólares. Y la paulatina dolarización implica una serie de cambios en las reglas de juego de la caótica económica venezolana.
Está después el problema de las reservas internacionales de Venezuela. Que pronto dejarán de ser un problema, pues si ahora son casi inexistentes, al cabo de un tiempo desaparecerán. Esas reservas oscilan actualmente en alrededor de 17.000 millones de dólares en un país donde durante los 15 años del chavismo, desaparecieron 900 mil millones de dólares, de acuerdo a cifras manejadas por The Financial Times, The Economist y The Wall Street Journal  y también por economistas locales, algunos de ellos chavistas.
En esas condiciones, no es aventurado suponer un default, el incumplimiento de pagos, la eventual bancarrota. Es viable que en caso de una catástrofe Shannon desee sacar las papas del fuego a las empresas que representa. Y es ahí donde se explica el papel que cumple el presidente de la Asamblea Legislativa de Venezuela en los planes del funcionario estadounidense. Más allá de su colorida personalidad, Diosdado Cabello lidera el recinto de Venezuela donde se aprueban las leyes. Si en vez de Diosdado Cabello existiera un palo de escoba a cargo de la tarea, Shannon hubiera invitado al palo de escoba a Puerto Príncipe a discutir las condiciones vinculadas con el trato preferencial que deben recibir las compañías norteamericanas en caso de que algo malo suceda con las finanzas de Venezuela.

¿SE RESPETA A VENEZUELA?

Desconocemos qué hizo Maduro con los cuadernos donde parte de la ciudadanía estampó su firma repudiando la orden ejecutiva de Obama contra siete funcionarios venezolanos “que tuvieron una participación directa en la ola represiva emprendida por el régimen contra las manifestaciones estudiantiles del año pasado que dejó al menos 43 muertos y cientos de heridos”. Pero sí recordamos con claridad la consigna lanzada en esa ocasión por Maduro: “A Venezuela se la respeta ¡yanquis del carajo, respeten nuestra patria!”
Al parecer, Maduro padece desde hace algunos días un ataque de amnesia. No se respeta a Venezuela negociando con un funcionario norteamericano de segundo rango como Shannon. El diplomático dialogó primero con el jefe de estado, después con el líder de la Asamblea Legislativa, y en tercer lugar con la ministra de Relaciones Exteriores Delcy Rodríguez. Ese no es el procedimiento del gobierno de Estados Unidos con amigos y enemigos poderosos. Obama no dialogó con el presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, sino con el presidente del país, Raúl Castro. John Kerry, secretario de Estado, conversa con sus pares. El protocolo hay que respetarlo.
Cuando Diosdado Cabello viajó hace algunos días a Brasil, fue recibido por personalidades como el expresidente Luiz Inacio Lula Da Silva, y por la actual mandataria, Dilma Rousseff. Los brasileños ofrecieron al dirigente chavista el lugar que se merecía. Y si bien Rousseff se limitó a conversar con Cabello sobre la personalidad del fallecido presidente Hugo Chávez, exhibiendo una vez más sus limitados horizontes intelectuales, al menos de algo conversó. En cambio, la reunión de Shannon con Cabello es incongruente. Aunque se ignora lo transpirado en la reunión, hay algo indudable: el rango de Diosdado Cabello es muy superior al del enviado especial de Kerry.
Hoy Barack Obama debe estar con una sonrisa de oreja a oreja observando el desbarajuste de la situación de Venezuela, verificando cómo esas amistades que parecían tan peligrosas empiezan a parecerse a relaciones carnales. Ya nadie menciona la necesidad de levantar las sanciones contra siete funcionarios venezolanos. Cuando los funcionarios venezolanos se indignan, su recurso es emprenderla a bofetadas contra su whipping boy de turno, en este caso el gobierno de España y sus envarados representantes.
No hay que ser el oráculo de Delfos para pronosticar que cuando se despeje el polvo de los próximos cimbronazos económicos, las cartas de triunfo estarán en manos del gobierno de Washington y que el pueblo de Venezuela deberá seguir pagando los platos rotos.
Diga lo que diga Maduro, la Venezuela chavista ha dejado de ser venerada por el Imperio del Mal. Y eso no se resuelve ni con 100 millones de firmas.